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LECTURAS

NOSTALGIA PSIQUEDÉLICA: CARTOGRAFÍA DE UN AFECTO POST-ENOC.

NOSTALGIA PSIQUEDÉLICA: Cartógrafía de un afecto Post-ENOC febrero 4, 2025 Valentín Gurrera Atravesar el acontecimiento de un estado no ordinario de consciencia (ENOC) suele implicar, entre algunas de sus manifestaciones características, una profunda conmoción de la psique, una movilización quizás sin precedentes de los afectos cotidianos que, sobre todo en los casos más ejemplares, tienden a manifestarse con valencias extremas: del pavor existencial a la calma más absoluta, de la ruina melancólica hasta la desbordada euforia, desde el dolor desgarrador hasta la dicha y el éxtasis apoteósico.   Particularmente, durante estados psiquedélicos (aquellos inducidos por drogas triptamínicas), sucede que la valencia afectiva experimentada, es decir, cómo se siente emocionalmente el estado, suele «dispararse» tanto hacia extremos placenteros como hacia extremos displacenteros e incluso ubicarse en puntos emocionalmente paradojales (tan agradables como desagradables). Pero lo que merece ser destacado y que es comúnmente reportado por psiconautas que atraviesan estas radicales manifestaciones afectivas y psicológicas, es el marcado y por demás notorio contraste con respecto al sentir cotidiano donde experiencias de esta clase no solo son raras, sino que luego de haberlas atravesado se puede (y se suele) comenzar a padecer su escasa ocurrencia en el diario vivir, como si algo profundamente entrañable radicara en esos afectos y en las imágenes que fielmente los acompañan cual reverso de la cara en una moneda.    Podemos pensar en este particular fenómeno como una forma de nostalgia psiquedélica que, aunque en apariencia atípica e inusual, suele ser bastante común entre psiconautas de oficio y practicantes de diversas disciplinas artísticas. Y quizás puede explicarse de forma más o menos evidente:   Es que el contraste entre el clima emocional durante un ENOC vs. el clima emocional de la vida en estado ordinario de vigilia puede llegar a ser un factor de malestar en sí mismo. Tocar el cielo con las manos, tener un atisbo del infinito presente, (re)encontrarse con seres no-físicos entrañables y fascinantes, habitar mundos y realidades fantásticas tan extrañas como familiares, o experimentar el indescriptible placer de la no-muerte, entre otras vivencias propias de la fenomenología ENOC, despiertan hartas veces en el psiconauta que retorna su consciencia ordinaria una nostalgia similar a la del mítico navegante aventurado el cual, luego de años recorriendo los mares, regresa a su hogar que, aunque añorado, carece de esa magnifica otredad de los mundos y de los seres que habitan más allá de lo familiar.   Entonces, el retorno a lo cotidiano, si bien puede aparejar sentimientos de gratitud y alivio – como quien sobrevive a una situación extrema en un país lejano – con el tiempo, a veces más, a veces menos, comienza a esparcirse por la vida afectiva del viajero un sentir distinto, una sensación de añoranza por aquella situación vivida o, tal vez, sobrevivida. Porque curioso es también que en esta nostalgia por los reinos enteogénicos no solo se añoran las vivencias iluminadas y dichosas, sino incluso las perturbadoras. Hay situaciones que parecen despertar un anhelo por algo que también ha aparejado lo ominoso, lo infernal y lo caótico. Tal como si algo en esta clase de experiencias de extrema intensidad y displacer también gozara de un alto grado de privilegio y valor como manifestación.   Y es entendible: nuestra vida cotidiana, nuestro estado normado de consciencia, se caracteriza por todo lo contrario: cierto aplanamiento afectivo (cuando no crisis emocionales), un funcionamiento mental con más tendencia a la lógica y al uso de la palabra que a lo imaginario, modos enfrascados en la resolución de problemas, una tediosa monotonía del sentido y la percepción constante de una realidad estable y altamente predecible, al menos como el cerebro tiende a la predilección de interpretarla. Parecería ser que, en esta clase de añoranzas lúgubres, hasta un bullicioso averno termina siendo preferible a un paraíso gris y desencantado, y más si ese viaje oscuro tiene una corta duración en el tiempo (horas más, horas menos) y ocurre solo dentro de nuestras cabezas. Incluso si uno logra defusionarse lo suficiente, es decir, logra tomar distancia de los contenidos mentales, hasta podría decirse que este tipo de experiencias no son muy distintas al reconfortante placer de ver películas de terror: se logra estar cerca de la muerte, pero sin morir del todo.   Aunque sabemos que en la práctica de estas artes entrópicas hay importantes riesgos que hacen que nunca sea tan seguro tomarlas a la ligera (fanatismos psicodélicos, infantilismos perniciosos, manifestaciones psicóticas a nivel individual o colectivo, ejercicios de coerción psicopática por parte de sujetos con síndrome del chamán adquirido, etc.), todo lo dicho antes no es más que para ilustrar un punto: cierta perturbación de los afectos con su imaginería incurable también puede ser algo digno de añorar.   Añoranza por lo no vivido.   Volviendo al intento de cartografiar este fenómeno ENOC, cabe pensar que la nostalgia psiquedélica puede que, en realidad, sea una extensión de otro fenómeno que, aunque todavía no descrito en la literatura psicológica, sí lo está en la poética: la «anemoia». Reportado por el escritor John Koenig en su libro «El diccionario de las penas oscuras», la anemoia – del griego antiguo «ánemos» (viento) y «nós» (mente) –  se refiere a la sensación de añorar una época, lugar o situación que nunca se ha vivido y que generalmente ocurre durante la absorción en lecturas sobre otras épocas o en la contemplación artística. Cercana al déjà vu como «la percepción fugaz de haber vivido algo que está ocurriendo en el presente», la anemoia refiere al «sentimiento de nostalgia por un pasado nunca presenciado».   Este concepto bien podría extenderse para aludir a una forma particular de nostalgia por lo no vivido, no ya por un pasado histórico, sino por un estado del ser, por un modo de habitar la realidad que, aunque, en apariencia, jamás se ha experimentado en la vigilia, resulta, por lo general, más familiar que la realidad cotidiana. La anemoia psiquedélica sería entonces un fenómeno con potencia develadora (delos, δήλομαι) y afectiva (pathos) que se percibe (se interpreta) como

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PARTEROS DEL DOLOR: Crónica de un viaje enteogénico.

Me ha llevado tiempo y ciertos dolores de cabeza pensar cómo elaborar este texto. Hasta el momento no he podido decidirme si hacer de él una crónica de viaje enteogénico, como habitualmente hago en estos casos, o si escribir un drama épico, o un cuasi delirante ensayo de psicología, arquetipos y alquimia. Y en definitiva creo que tendré que recurrir a todas las opciones, o a ninguna. Habría que abarcar un poco de cada estilo existente para narrar algo de «Eso» que está más allá de lo ordinario (o más acá, tan acá que se vuelve imperceptible), o quizás, sin más opción, haya que crear un lenguaje específico para tal fin.

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La alteración de la conciencia como camino evolutivo (VERSIÓN CORTA)

Durante el desarrollo evolutivo e histórico de la humanidad, pocas prácticas han tenido un impacto tan profundo en la conformación psicológica y cultural de los grupos sociales como aquellas destinadas a inducir estados no ordinarios de conciencia (Apud, 2017), y no es llamativo en esto que la principal vía de acceso a la que como especie hayamos recurrido para generar estas transformaciones de nuestra conciencia haya sido mediante contextos especializados para el uso ritual y ceremonial de plantas y hongos psicoactivos, sustancias hoy denominadas enteógenas o psicodélicas.

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LA ALTERACIÓN DE LA CONCIENCIA COMO CAMINO EVOLUTIVO (VERSIÓN COMPLETA)

la alteración de la consciencia como camino evolutivo Justificaciones para el desarrollo de nuevos enfoques en psicología. Por Valentín Gurrera Una nave rota en el medio de la tempestad Durante el desarrollo evolutivo e histórico de la humanidad pocas prácticas han tenido un impacto tan profundo en la conformación psicológica y cultural de los grupos sociales como aquellas destinadas a inducir estados alternos, no ordinarios, de conciencia (Apud, 2017), y no es llamativo en esto que la principal vía de acceso, a la que como especie hayamos recurrido para generar estas transformaciones de nuestra conciencia, haya sido mediante contextos especializados para el uso ritual y ceremonial de plantas y hongos psicoactivos – sustancias hoy denominadas enteógenas o psiquedélicas -. Pero si decimos que no es llamativo es porque que está muy bien fundamentado (Fericgla, 1999) cómo las mismas han servido para potenciar, catalizar y promover procesos humanos esenciales:  La curación de enfermedades, la organización socio-política, los ritos iniciáticos, las prácticas y concepciones ecológicas, la memoria cultural, las mitologías fundacionales y los procesos de resistencia identitaria, entre otros (Marín-Valencia, 2020). Sin embargo, este ensayo y el curso que propone no trata sobre sustancias enteógenas, al menos no principalmente (de esto ya abunda suficiente información de calidad en general), sino que más bien intentará echar luz a un fenómeno más básico y fundamental, completamente imbuido en la esencia del uso de enteógenos, «algo» que está antes, durante y después de todo viaje interior. El lugar en el que nos centraremos implica hablar, en definitiva, sobre el mar en el que nos encontramos navegando y sobre aquellos océanos que podemos y, sobre todo, nos urge, comenzar a navegar. Y es que viajamos por un ancho y tormentoso mar con un instrumento maravilloso, una nave que es capaz de prodigios, de llevarnos a infinitos puertos de la realidad, que se extienden desde las costas de la materia hasta las antípodas del alma. Pero los tiempos que atravesamos nos enfrentan como humanidad navegante a dos grandísimos riesgos. El mar, dijimos ya que era tormentoso, para no decir feroz, atronador y temible, y si no logramos adaptarnos a su marea estrepitosa, a su devenir en olas inmensas, el naufragio o el terminar yaciendo en el lecho marino será el desenlace inevitable.  Como si esto fuera poco, nuestra amada y única psiconave cruje y gime, maltratada por sus largas centurias de extravíos y encallamientos, acumulando agua en la sentina más rápido de lo que podemos achicarla. Y todo esto nos enfrenta a una inminente decisión: abandonar la nave o intentar salvarla. No es novedad, aunque muchos todavía se resistan a admitirlo, aduciendo a paranoicas conspiraciones geopolíticas, que el presente nos plantea verdaderos desafíos urgentes, quizás inéditos para nuestra especie. El reporte del 2022 de Expertos sobre Cambio Climático concluye que la devastación ambiental ya está afectando a todos los continentes y océanos, mientras comunidades y ecosistemas altamente vulnerables enfrentan riesgos inminentes, desembocando en que el tratamiento de esta crisis ambiental-global requiera de transformaciones profundas de modo urgente e innovaciones que promuevan la restauración y protección de los equilibrios orgánicos y ecológicos. Históricamente hablando nunca parece haber sido tan prioritario y urgente cambiar el rumbo. Y somos responsables: La sexta extinción masiva en curso puede ser la amenaza ambiental más grave para la persistencia de la civilización, porque es irreversible. En un siglo se han perdido miles de poblaciones de especies de animales vertebrados en peligro crítico lo que indica que la sexta extinción masiva es causada por el hombre y se está acelerando. (Ceballos et al., 2020) Se necesita de acción inmediata para evitar no solo un colapso catastrófico de los ecosistemas, sino también, un colapso social y psicológico en las personas que habitamos este mundo, y es que nuestra humanidad depende simbióticamente de la salud del medio. Quien conciba al ser humano como un animal superior, creyendo que el individuo realmente existe como tal – ya sea por considerarlo como un ser completo (indivisible), o por definirlo sin los márgenes de su entorno -, concluyendo que el medio es solo un medio y no también un fin en sí mismo, que la vida no es más que objeto-al-servicio-de, pues esa persona ignora más de lo que nuestros sistemas educativos nos deberían permitir ignorar. Y la ignorancia, como el poeta Almafuerte anunció, «es atrevida, y la atrevida ignorancia es la que cree saberlo todo y no permite que nadie la contradiga». Nos urge como especie entonces envenenar nuestra propia ignorancia y sanar nuestro acceso al conocimiento y para ello debemos apuntar también hacia dentro, hacia lo que ignoramos de nosotros mismos como seres vivos capaces de conocer, como sujetos sujetados a una nave hecha de materia biológica pensante, nave de la cual seguimos sin conocer del todo cómo está construida y cómo funciona su timón y que navega sin rumbo cierto en un infinito y temible mar de conciencia. El problema es real y la solución posible: podemos y debemos – junto con muchas tareas prioritarias – no solo actualizar nuestra manera de pensar, sino ampliar y pulir nuestra capacidad de conocer la realidad (tanto íntima como éxtima), para así poder comprender algo de su verdad y orientarnos en su devenir. Conocer sobre el funcionamiento de nuestra mente, de sus estados de conciencia posibles y de sus potenciales es un requisito básico para manejar el instrumento o, esto que aquí, metafóricamente (en parte) llamamos «psiconave» -. Conocer(nos) permite manejar(nos). Manejar permite fijar un rumbo hacia una dirección, y corregirlo cuando se desvía de ella. Si queremos entonces hacer frente con éxito a la crisis humana (y por consecuencia, ambiental y sociopolítica) en la que estamos globalmente atascados, habrá que esforzarse prioritariamente en generar propuestas superadoras – dispositivos, teorías, técnicas, y herramientas concretas – que basándose en el saber empírico e integrando y nutriéndose de los saberes que los ancestros de nuestra especie pudieron legarnos -, apuesten a generar y expandir el conocimiento necesario para volvernos soberanos de nuestra vida mental-conductual, logrando así, por fin, recuperar los vínculos dañados

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EL LLAMADO DE LA VIDA INTERIOR: PSICOTERAPIA, MEDITACIÓN Y PSICONÁUTICA

EL LLAMADO DE LA VIDA INTERIOR: PSICOTERAPIA, MEDITACIÓN Y PSICONÁUTICA Por Valentín Gurrera El grueso de la sociedad occidental parece ignorar el valor de la psicodiversidad, lo que constituye, en el fondo, un profundo desconocimiento psicológico. No se trata tanto de una ignorancia a nivel teórico o académico sino a nivel de la experiencia directa. Tampoco es exclusivamente una falta de autoconocimiento personal, simbólico, identitario o histórico (que también abunda), sino un desconocimiento, una desatención, o una casi omisión de un tipo especial de autoconocimiento. Hablamos de comprender cómo opera efectivamente uno de los mayores instrumentos que la evolución nos ha legado y de cómo podemos modular los estados anímicos y de conciencia a los cuales dicho instrumento nos permite acceder. Cosas que, aunque parezcan complicadas, podrían, sin mayores desafíos, comenzar a enseñarse desde la temprana infancia.  El asunto es que nuestra psicodiversidad y nuestro autoconocimiento como individuos sobre la mente y la conciencia es todavía pobre cuando no tendría por qué serlo. Tenemos las herramientas, tenemos las teorías, y sobre todo las facultades necesarias para comprender más y mejor nuestra realidad interna, pero en nuestra sociedad no parecen existir dispositivos de aprendizaje para tal fin, y si los hay son poco específicos en esta forma de autoconocimiento. Probablemente, los pueblos ancestrales hayan estado mejor preparados que nosotros en estos asuntos al disponer de prácticas que mediante la exploración de estados particulares de consciencia (trance, éxtasis, comunión, etc.) favorecían la experiencia directa y el autoconocimiento en primera persona.  Dicho esto, la intención de este artículo es presentar brevemente un modelo de autoconocimiento de esta índole a la que he dado en llamar Psiconáutica Funcional. Para tal fin, he de compararlo y distinguirlo de una técnica y una ciencia afines: la meditación y la psicoterapia. UNA VOCACIÓN EN ACCIÓN La psiconáutica es, ante todo, dos cosas: una praxis y una vocación. Como toda praxis, supone un saber-hacer, más precisamente, la práctica de explorar la propia vida mental consciente y sus estados posibles. Para ello, se vale de diversos métodos y técnicas con las cuales genera durante el proceso una comprensión cada vez más basta, precisa y profunda acerca de estos fenómenos.   Pero también afirmamos que la psiconáutica es una vocación porque, en el sentido etimológico más puro, supone una «llamada». Así como innumerables almas a lo largo de la historia se han visto convocadas por la bastedad misteriosa de los océanos, convirtiéndose así en avezados marinos, navegantes y cartógrafos, de la misma manera se expresa la vocación psiconáutica. No todos sienten este llamado, pero el llamado siempre está; pulsa desde adentro reclamando ser conocido y comprendido. Responder a él es condición para cualquier estado saludable del ser. Mientras algunos parecen nacer con esa especie de interés por la vida psicológica, otros, a raíz del dolor y del sufrimiento propios de la vida misma, se ven forzados a atenderla, en principio, por medio de psicoterapias y demás dispositivos de salud.  Como veremos, hay importantes diferencias entre la psicoterapéutica y la psiconáutica, aunque también comparten aspectos indisociables: ambas atienden la vida interior, solo que mientras una se ocupa de subsanar, cambiar o modificar estructuras y comportamientos, la otra busca, por sobre todo, explorar, conocer y comprender cada vez más sobre de la propia vida psicológica a nivel de la consciencia y sus fenómenos. PSICOTERAPIA Y PSICONAUTICA   Lo primero que merece ser destacado es que tanto la psicoterapia como la psiconáutica comparten su objeto más no su objetivo: las dos abordan el fenómeno de la psique, mente o conducta – cada una con métodos que pueden ser idénticos o no – pero apuntando a fines diferentes.   En el caso de la psicoterapia, como su nombre lo indica, la finalidad consiste en un proceso de cura, cambio o mejoría de un estado patológico, de dolor o trauma hacia un estado de salud mental general. Cada escuela psicológica tendrá sus propias definiciones respecto a este proceso, pero en general, la mayoría podrían concordar en que la meta de cualquier psicoterapia convencional pasa por la trascendencia o superación de un estado de padecimiento psicoafectivo o de estancamiento vital.  La psiconáutica, por su lado, no pretende llegar a una cura, ni a ningún cambio en particular – aunque muchas veces esto ocurra como parte de su práctica-, sino que, más bien, apunta a navegar, conocer y cartografiar la vida interior a la que los distintos estados de conciencia nos permiten acceder. Para todo ello se vale de técnicas o psicotecnologías – en palabras Thomas Roberts – algunas tan antiguas como las primeras sociedades humanas.  Estas psicotecnologías —las que también fueron dadas en llamar «tecnologías arcaicas del éxtasis» por Mircea Eliade (1951)— han sido y son tan vastas como diversas: bailes extáticos, ritos y ceremonias, cantos o mantras, meditaciones, rituales de ingesta de plantas psicoactivas, etc.; y son propias tanto del chamanismo primitivo, como de la tradición yóguica, budista, como de casi cualquier cultura ancestral e incluso de las grandes religiones (oración, ayuno, aislamiento autoflagelo, etc.); existen también psicotecnologías de las sociedades modernas como las técnicas sugestivas (hipnosis), el mindfulness, la respiración holotrópica, los tanques de privación sensorial, la estimulación sonolumínica, etc.  A nivel epistemológico podríamos también afirmar que la psiconáutica como disciplina de introspección es una de las fuentes de las cuales la psicología se ha nutrido y nutre, una práctica de la cual extrae sus saberes, pero esto será un tema mejor fundamentado en otros artículos.   ASPECTOS TERAPÉUTICOS DE LA PSICONÁUTICA Más allá de todo lo dicho, no siempre es fácil concebir la psiconáutica separada de la psicoterapéutica, siendo que lo usual es que las experiencias del primer tipo desemboquen en las segundas y viceversa. Ambas parecen ser filos indisociables de una daga: navegarse implica hartas veces encontrarse con obstáculos que nos hacen encallar. Esos obstáculos, cual icebergs, no son más ni menos que fragmentos disociados de nuestra historia, elementos biográficos con cargas emocionales intensas y disruptivas que generan todo tipo de desvíos en el rumbo del psiconavegante.  Pero he aquí el factor resolutivo: navegar los

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