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NOSTALGIA PSIQUEDÉLICA:

Cartógrafía de un afecto Post-ENOC

Atravesar el acontecimiento de un estado no ordinario de consciencia (ENOC) suele implicar, entre algunas de sus manifestaciones características, una profunda conmoción de la psique, una movilización quizás sin precedentes de los afectos cotidianos que, sobre todo en los casos más ejemplares, tienden a manifestarse con valencias extremas: del pavor existencial a la calma más absoluta, de la ruina melancólica hasta la desbordada euforia, desde el dolor desgarrador hasta la dicha y el éxtasis apoteósico.

Particularmente, durante estados psiquedélicos (aquellos inducidos por drogas triptamínicas), sucede que la valencia afectiva experimentada, es decir, cómo se siente emocionalmente el estado, suele «dispararse» tanto hacia extremos placenteros como hacia extremos displacenteros e incluso ubicarse en puntos emocionalmente paradojales (tan agradables como desagradables). Pero lo que merece ser destacado y que es comúnmente reportado por psiconautas que atraviesan estas radicales manifestaciones afectivas y psicológicas, es el marcado y por demás notorio contraste con respecto al sentir cotidiano donde experiencias de esta clase no solo son raras, sino que luego de haberlas atravesado se puede (y se suele) comenzar a padecer su escasa ocurrencia en el diario vivir, como si algo profundamente entrañable radicara en esos afectos y en las imágenes que fielmente los acompañan cual reverso de la cara en una moneda.

 Podemos pensar en este particular fenómeno como una forma de nostalgia psiquedélica que, aunque en apariencia atípica e inusual, suele ser bastante común entre psiconautas de oficio y practicantes de diversas disciplinas artísticas. Y quizás puede explicarse de forma más o menos evidente:

Es que el contraste entre el clima emocional durante un ENOC vs. el clima emocional de la vida en estado ordinario de vigilia puede llegar a ser un factor de malestar en sí mismo. Poder percibir el universo sutil y mental con los sentidos, tener un atisbo del infinito presente, (re)encontrarse con seres no físicos entrañables y fascinantes, habitar mundos y realidades fantásticas tan extrañas como familiares, o experimentar el indescriptible placer de la no muerte, entre otras vivencias propias de la fenomenología ENOC, despiertan hartas veces en el psiconauta que retorna su consciencia ordinaria una nostalgia similar a la del mítico navegante aventurero, el cual, luego de años recorriendo los mares, regresa a su hogar que, aunque añorado, carece de esa magnífica otredad de los mundos y de los seres que habitan más allá de lo familiar.

Entonces, el retorno a lo cotidiano, si bien puede aparejar sentimientos de gratitud y alivio —como quien sobrevive a una situación extrema en un país lejano— con el tiempo, a veces más, a veces menos, comienza a esparcirse por la vida afectiva del viajero un sentir distinto, una sensación de añoranza por aquella situación vivida o, tal vez, sobrevivida. Porque curioso es también que en esta nostalgia por los reinos enteogénicos no solo se añoran las vivencias iluminadas y dichosas, sino incluso las perturbadoras. Hay situaciones que parecen despertar un anhelo por algo que también ha aparejado lo ominoso, lo infernal y lo caótico. Tal como si algo en esta clase de experiencias de extrema intensidad y displacer también gozara de un alto grado de privilegio y valor como manifestación.

Y es entendible: nuestra vida cotidiana, nuestro estado normado de consciencia, se caracteriza por todo lo contrario: cierto aplanamiento afectivo (cuando no crisis emocionales), un funcionamiento mental con más tendencia a la lógica y al uso de la palabra que a lo imaginario, modos enfrascados en la resolución de problemas, una tediosa monotonía del sentido y la percepción constante de una realidad estable y altamente predecible, al menos como el cerebro tiene la predilección de interpretarla. Parecería ser que, en esta clase de añoranzas lúgubres, hasta un bullicioso averno termina siendo preferible a un paraíso gris y desencantado, y más si ese viaje oscuro tiene una corta duración en el tiempo (horas más, horas menos) y ocurre solo dentro de nuestras cabezas. Incluso si uno logra defusionarse lo suficiente, es decir, logra tomar distancia de los contenidos mentales, hasta podría decirse que este tipo de experiencias no son muy distintas al reconfortante placer de ver películas de terror: se logra estar cerca de la muerte, pero sin morir del todo.

Aunque sabemos que en la práctica de estas artes entrópicas hay importantes riesgos que hacen que nunca sea tan seguro tomarlas a la ligera (fanatismos psicodélicos, infantilismos perniciosos, manifestaciones psicóticas a nivel individual o colectivo, ejercicios de coerción psicopática por parte de sujetos con «síndrome de chamán autoiniciado», etc.), todo lo dicho antes no es más que para ilustrar un punto: cierta perturbación de los afectos con su imaginería incurable también puede ser algo digno de añorar.

 

Añoranza por lo no vivido.

 

 Volviendo al intento de cartografiar este fenómeno ENOC, cabe pensar que la nostalgia psiquedélica puede que, en realidad, sea una extensión de otro fenómeno que, aunque todavía no descrito en la literatura psicológica, sí lo está en la poética: la «anemoia». Reportado por el escritor John Koenig en su libro «El diccionario de las penas oscuras», la anemoia – del griego antiguo «ánemos» (viento) y «nós» (mente) – se refiere a la sensación de añorar una época, lugar o situación que nunca se ha vivido y que generalmente ocurre durante la absorción en lecturas sobre otras épocas o en la contemplación artística. Cercana al déjà vu como «la percepción fugaz de haber vivido algo que está ocurriendo en el presente», la anemoia refiere al «sentimiento de nostalgia por un pasado nunca presenciado».

Este concepto bien podría extenderse para aludir a una forma particular de nostalgia por lo no vivido, no ya por un pasado histórico, sino por un estado del ser, por un modo de habitar la realidad que, aunque, en apariencia, jamás se ha experimentado en la vigilia, resulta, por lo general, más familiar que la realidad cotidiana.

 La anemoia psiquedélica sería entonces un fenómeno subjetivo con potencia develadora (delos) y afectiva (pathos) que suele experimentarse tiempo después de haber atravesado un ENOC y que se vivencia como un asalto espontáneo de imágenes, sensaciones y afectos de añoranza por dimensiones no locales – propias del mundo subjetivo-imaginal y de las realidades no consensuales- sentidas tan familiares, como si de un recuerdo personal se tratara, y tan atemporales a la vez como si a un registro evolutivo o ancestral pertenecieran.

  

Ecos en la literatura

  Flashback, es una expresión anglosajona que en ámbitos de psicología refiere a «cuando una persona revive una experiencia pasada, a menudo traumática, como si estuviera ocurriendo ahora mismo». Si bien esta se acerca a representar algo de este fenómeno –todavía más cuando se piensa en flashback psicodélicos– no logra distinguir el hecho de que en la anemoia psiquedélica el recuerdo no parece ser de la propia biografía ni tampoco resalta los afectos de nostalgia o añoranza que usualmente la acompañan.

Hablar de la nostalgia o anemoia psiquedélica  es hablar de un afecto post-ENOC por derecho propio, pero cierto es que si ahondamos en la posible raíz psicológica de este fenómeno, no sea, al menos en esencia, ni tan raro ni tan exclusivo de los estados alternos de consciencia. Algún afecto nostálgico similar parece estar muy bien documentado en historias, cuentos, leyendas y, como siempre, en el cine. En la literatura, quizás el mejor representante de este fenómeno es el inmenso Don Quijote de Cervantes donde la trama emocional de su héroe está marcada por esa dicotomía entre las realidades fantásticas, imaginales y aventuradas versus la realidad cotidiana, profundamente desencantada. Este leitmotiv tan presente en bastas obras artísticas puede, en realidad, resumirse en un solo conflicto humano central: el abandono de la mente-realidad de la niñez en pos de la mente-realidad adulta: el paso del vivir encantado al devenir desencantado.

Quizás entonces, esta nostalgia por los reinos enteogénicos e imaginales no hable tanto de los estados extraordinarios que la evocan, sino más bien del estado ordinario en el que vivimos, donde social e históricamente en esto de «devenir adulto» malentendimos que la razón es más fundamental que la fantasía, olvidando que hasta los más oscuros y terribles sueños de un niño parecen estar más rebosantes de vida y sentido que una mente adulta promedio. Siendo así, la nostalgia psiquedélica puede ser no más que un difuso recordatorio en el alma de nuestro extraviado orden de las cosas.

 

 

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